GRIS

 Sonó mi alarma, son las 6AM. Trato de quitarme el sueño de encima y hago lo de costumbre; hacer del baño, lavarme los dientes, vestirme para ir al gimnasio. Veo con un poco de extrañeza la cama, no por levantarme, sino porque soy el único que duerme en ella desde hace meses.

Salgo de casa y todo es lo mismo; frío, gente esperando su transporte para ir a trabajar, el chillido de las aves.

Llego al gimnasio y está lleno de calor por el sudor y esfuerzo de la gente, abriéndome paso entre ellos con indiferencia. Me alisto para hacer cardio, me coloco los audífonos y escucho la primera canción motivadora. Pero no funciona. Me muevo por inercia, mis músculos se mueven por compromiso. Tardo un poco más de lo normal en hacer mi rutina, no quiero volver. Pero igual la termino, y con un poco de desprecio, regreso.

Tengo hambre; no sé qué comer. Al tener el desayuno listo, observo el otro lado de la mesa. Está vacío. Pongo un video en YouTube para amortiguar el silencio e ignorar un poco mi soledad. Tras cada bocado, observo mi alrededor un poco nostálgico, pensando y preguntándome cómo es que de un día para otro este lugar se volvió callado y mis ganas de seguir aquí desaparecieron.

Cómo esa rutina era mi aventura favorita de todos los días, pero ya no más…

Todos los días regreso a casa matándome con mis pensamientos y los audífonos puestos, cuando antes ese trayecto era mi favorito mientras caminaba tomado de su mano, cual niño pequeño que se dirige emocionado con su mamá hacia el parque. Lleno de risas, de juegos, y ahora solo una cara de póker.

Al llegar, todo es silencio, el único ruido que existe soy yo al abrir la puerta, las llaves chocando una con la otra, mis pasos al entrar y dejar mis cosas.

Es difícil, cuesta mucho hacer lo de siempre, sí, ya sé que todo suena tan sencillo, pero, justamente eran esas cosas que ella volvía un cuento de hadas, una travesía más, donde abundaba alegría, porque eso era ella para mí.

Incluso dormir me cuesta, no porque no concilie el sueño, sino porque las sábanas están frías, porque hay un espacio vacío, sí, ese junto a la ventana, ese mismo que guardo y nunca toco.

Tampoco quiero entrar al baño, porque aún sigue su toalla junto a la mía, su cepillo de dientes en el mismo vaso que el mío, y en la regadera está su shampoo con ese olor que me despertaba en las mañanas como si de una caricia se tratase.

Ni se diga de mi cuarto, desde su partida, no toco el cajón donde guardaba su ropa, no quiero que se pierda ese rico aroma dulce de sus blusas. Tengo escondidas sus chanclas rosas, me duele verlas, lo mismo con sus botas, esas benditas botas de cuero tan usadas y viejas que se le veían bien con todo. Incluso con ropa deportiva.

Aún paso por el puesto de tacos a los que íbamos cuando nos daba monchis a mitad de la madrugada, con la esperanza de encontrarte ahí… también con tu florería favorita, viendo esos tulipanes que tanto le gustaba comprar para adornar la casa y darle un poco más de color a las lúgubres paredes.

A veces visito tu librería favorita, ese pequeño cuarto donde solo venden libros viejos, y ese curioso olor de las hojas me recuerda a ella en las tardes, cuando se disponía a cubrir sus pies con mi frasada y disfrutaba de cualquier título que captara su atención, y yo deseoso de que me contara la parte que más le había emocionado.

Se volvió aburrido ver nuestra serie de Netflix, no porque no me guste la trama, sino porque ya no está para crearme esa sensación de suspenso, esa sensación de emoción.

Ah carajo, qué puta tortura escuchar música y que me salgan sus canciones favoritas sin que se me venga a la mente su figura cantándolas con tanto sentimiento y bailándolas sin parar mientras la observaba pensando qué loca estaba, qué feliz era, qué felices éramos.

Le agarré disgusto a todo, al tabaco, porque aún está una cajetilla a medias que dejó junto a su encendedor favorito, cuando fumaba por estrés y por sentirse triste. Pero sí que extraño sus besos sabor humo, esos para recordarle que todo estaría bien, por muy difícil que fuese todo.

Ahora que hablo de sus besos, también me comenzaron a desagradar las mañanas, ya no tengo su beso de buenos días mientras el sol entraba por la ventana e iluminaba sus cálidos ojos marrones. Mis brazos sienten un vacío, al igual que mis labios y mi cabeza, cuando besaba su frente para recordarle que la amaba mientras la tenía abrazada y sus brazos rodeando mi cintura.

Hay cosas que dejé de hacer de nuestra rutina, otras las sigo haciendo. Y comencé a hacer algo nuevo, mis caminatas por las tardes los sábados; su día favorito, pasar por sus flores favoritas e ir a visitarla en el lugar donde me despedí de ella para siempre, a veces me encuentro con sus papás y me invitan a comer con ellos, algunas veces los rechazo por el peso de su ausencia, porque ella es nuestro tema principal. Otras veces quieren hablar de mí, pero no quiero preocuparlos. Ellos saben que desde el día que nos conocimos dejamos de ser dos personas y comenzamos a ser solo una. Ahora me falta una pieza, ¿cómo funcionar si ya no está? Hago lo que puedo, y el problema es que esta pieza no puede ser reemplazada…

Ya no lloro por las noches, y no porque no quiera, sino porque ella se sentía impotente cuando veía que me escurría una lágrima, no quiero que desde allá arriba ella se sienta igual por no poder bajar a consolarme.

Trato de estar bien sin ti, mi amor, aunque me cuesta. Busco manera de pintar mi paisaje, pero veo todo gris desde que te llevaste los colores que avivaban nuestras vidas…


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