ATENEA
Es difícil no hacer como que no me duele cuando me lees lo que escribes.
Que esa sonrisa que me regalas todas las mañanas y al llegar a casa no es del todo honesta, porque me doy cuenta que yo no soy la razón por la que sonríes.
Que trato de abrazarte los miedos cuando no puedes dormir, que trato de ser calma cuando tus ataques no te dejan respirar ni pensar, que trato de conquistarte todos los días alentándote y siendo todo eso que necesitas para seguir adelante.
Sé que te sientes insuficiente para mí, que todos los días te esfuerzas por estar bien para mí, para nosotros. Quizás no entienda lo que pasa por tu mente, y que tampoco sé cuándo te rompiste, pero no trato de ser tu cura, tampoco quien junte tus trozos para que te sientas completo, pero te amo tanto que no puedo permitir cómo te autodestruyes.
Si para estar contigo debo adentrarme en tus tinieblas, estoy dispuesta a mancharme de negro para colorear tus días.
Porque el amor no pretende cambiar, pretende sumar.
Tú piensas que no, pero siempre me doy cuenta cuando te despiertas de madrugada, agitado y tratando de levantarte lo más despacio posible para no despertarme.
Sé que me amas también por lo quedito que eres, por la atención que me pones, aunque lo niegas, porque siempre te acuerdas de lo que me gusta, de lo que no, de si comí o no. Por el abrazo que me das cuando me siento triste o rota.
Dices que todo lo que eres está mal. Que está incompleto, pero no es así, cariño.
Esa forma de ser que tienes hace que sepas cuándo te necesito sin decirte nada, y eso no quiero perdérmelo. Me cuidas como nadie más lo ha hecho, y es por eso que no pienso dejarte solo.
Como ya te dije, no busco armarte o cambiarte, y estoy consciente que algún día te irás, pero hasta entonces no dejes de amarme.
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